Culto a la luz (Foto Portada – Edición 49)

Por: Sven Nykvist
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“No cabe duda de que fue Ingmar Bergman el que me enseñó a sentir veneración (respeto, gratitud) por la luz, la luz real, verdadera y viva. Ya he contado cómo ocurrió. Fue trabajando con aquellas películas en blanco y negro Como en un espejo, Los comulgantes, El silencio, Persona —y luego en las películas en color, Pasión y Gritos y susurros. Veo estos seis títulos como puntos de referencia en mi camino hacia el descubrimiento de la luz. Duró doce años, pero no consideré que con ello hubiera acabado mi aprendizaje. La luz ofrece constantemente nuevas sorpresas, aunque ahora contaba con buena base donde apoyarme.

Antes, en los años cuarenta y cincuenta —para la mayoría de operadores incluso más tarde— lo importante era disponer del máximo de luz posible, una luz general plana en la que se insertaban efectos en forma de hermosas formaciones de nubes, sombras dramáticas, puntos de luz, o contraluces por detrás del cabello de la heroína. Cuantos más «efectos», mejor fotografía. Pero las imágenes de una película no deben existir por sí mismas. No hay nada más fácil que conseguir imágenes hermosas, aparatosamente iluminadas y adornadas con efectos, y no hay nada más difícil que tomar imágenes que se subordinen a la acción y «cuenten» la historia.

Cuando llegó el color era preciso poner el máximo de color posible y con preferencia los tonos más fuertes. «Si he pagado por el color, pues tiene que haber color», me gritó un productor cuando atenué en el laboratorio los tonos demasiado chillones.

Claro que siempre hubo iluminadores excepcionalmente dotados, sobre todo en tiempos del cine mudo. Posiblemente eran tan buenos porque no disponían de tantos recursos técnicos como hoy. Debían arreglárselas con lo que tenían a mano. ¡Observen el trabajo de Julius Jaenzon y las películas que fotografió para Sjöström y Stiller! ¡Vaya si sabía manejarse con la luz!

Fue también Ingmar quien despertó en mí el interés por los rostros, y sus constantes cambios en los rasgos y en las miradas. La verdad suele anidar en los ojos del actor. Si muestran los ojos, desnudan su alma. Un rostro expresivo puede por sí mismo contar una historia. Una mirada puede decir más que mil palabras, parafraseando esa frase por la que obviamente tengo la mayor simpatía, incluso en su forma original. Si el actor es bueno y la química funciona, cabe arrancar su belleza interior, eso es pura magia.

Ingmar se atreve a mantener un primer plano mucho tiempo, incluso varios minutos. Basta con pensar en la Ingrid Thulin de Los comulgantes, Liv Ullmann de Pasión, en Bibi Andersson y Liv en Persona, en la Harriet Andersson de Gritos y susurros. Más de una vez sus actuaciones me conmovieron de tal forma que llegaron a saltárseme las lágrimas y casi empaño el visor, aun cuando hubiera presenciado los ensayos y me supiera sus caras del derecho y del revés.
Aprender a conocer un rostro para poder iluminarlo adecuadamente, y darle las mejores oportunidades de presentarlo por su mejor lado, es para mí fundamental. Quizá no parezca tan difícil, pero en realidad forma parte de las cosas más arduas que existen, porque se trata de matices muy, pero muy pequeños. Ya he contado que me gusta mantener a los actores en su sitio mientras ilumino, cosa que en el extranjero apenas pueden entender, pero lo hago precisamente por eso, porque quiero aprenderme las caras.

De ahí que trabaje siempre muy cerca de ellos. Mi tarea consiste en convertir la cámara en su mejor amigo. Trato de ser una especie de intermediario sensible entre el actor y el objetivo. Es esencial que se sientan seguros, y que la cámara y la iluminación no les moleste.
El actor es, y seguirá siéndolo, el instrumento más importante de una película. La misión del operador reside en captar las reacciones de ese instrumento, en centrar la atención del espectador en el carácter y la expresividad de un rostro. Eso se consigue disponiendo diferentes luces para cada uno de ellos. Un rostro no tiene por qué estar bellamente iluminado. Las sombras forman parte de nuestra vida.

Nada de esto es nuevo. Los grandes retratistas siempre lo han sabido. Miren a Rembrandt, y sus famosos claroscuros, una luminosa penumbra que proporciona atmósfera a un rostro iluminándole ciertas partes, dejando otras en sombra. Miren a Renoir. Con qué ternura esculpe los reflejos de la luz en los cuerpos de las mujeres. Los pintores me han inspirado mucho y hay quien ha dicho que yo «pinto con luz».

Sin embargo, no me he dejado inspirar solamente por los retratos. También de los paisajistas se puede aprender mucho. Ya he hablado de cómo estudiaba a los impresionistas cuando rodaba en París. Nuestro Anders Zorn no pintaba sólo chicas de la región de Dalecarlia. Era extraordinariamente hábil en captar los reflejos en el agua. Observen su Danza de San Juan; es un cuadro que cuenta con luz casi mágica. También los pintores daneses de Skagen me enseñaron muchísimo sobre la tan especial luz nórdica, cómo el sol traspasa filtros de nubes y crea paisaje en colores pastel.

William Turner es otro de mis favoritos. Se puede ver realmente cómo ha tenido que estudiar la luz en todos sus matices. Constituía una obsesión para él, según dicen. En cierta ocasión se hizo atar al mástil de un barco para estudiar a fondo una tempestad antes de pintarla. Su profesor le dio una vez un consejo que yo podía haber aceptado al pie de la letra: «Cuanto menos se ven las huellas de los medios con los que se ha realizado un trabajo, más se parecerá el resultado a los procesos de la naturaleza».

El fotógrafo Ansel Adams se encuentra entre mis ídolos. He peregrinado hasta Carmel, en la costa del oeste norteamericano, sólo para poder conocerle. En lo tocante a la luz es increíble, claro que él podía estar esperando la luz exacta una eternidad. El estudio de la luz ha enriquecido mi vida enormemente. Adoro, por ejemplo, los amaneceres y los crepúsculos suecos, la ruptura que se produce cuando la luz del día llega o desaparece. Sobre todo esto último, la mágica hora azul, «the magic hour», la hora bruja, cuando la luz artificial, lámparas y farolas, va imponiéndose lentamente. Hay un instante en que están en equilibrio. Nunca me canso de analizarlo.

Pero también estudio la luz donde quiera que vaya. Hasta cuando entro en un restaurante. Lo primero que pienso es cómo han iluminado el local, cómo caen las sombras sobre los rostros. Mi recuerdo de una persona suele ser la atmósfera de su rostro bajo una luz determinada.

La luz se ha convertido en la pasión que domina mi vida, y le ha dado un nuevo sentido, y no sólo como fotógrafo. Parece hermoso sentirse siempre rodeado de luz, me da una sensación de atmósfera espiritual. Tienes la luz y no cabe sentirse solo. Por eso creo importante citar lo que dice Ingmar Bergman de nuestra manera de ver en su libro Linterna mágica:
«Alguna vez lamento haber dejado de hacer cine. Es natural y se me pasa pronto. Lo que más echo en falta es la colaboración con Sven Nykvist. Posiblemente se debe a que ambos estamos totalmente fascinados por la problemática y la magia de la luz. De la luz suave, peligrosa, onírica, viva, muerta, clara, brumosa, cálida, violenta, fría, repentina, oscura, primaveral, vertical, lineal, oblicua, sensual, domeñada, limitadora, serena, venenosa, luminosa. ¡LA LUZ!»

Es muy importante no cerrarse nunca, no empeñarse en que todo ha de ser de una determinada manera, no empantanarse en la rutina. Son muchos los que lo hacen. La rutina suele pesar más que las ideas nuevas.

Yo tengo un principio básico: escuchar, cumplir fielmente las intenciones del director. Ahí radica una parte de mi fuerza como operador y mi capacidad para trabajar con directores tan diferentes por todo el mundo. El conocimiento del oficio no basta. Un buen iluminador ha de reunir otras cualidades como flexibilidad, diplomacia, y sensibilidad. Cada día de rodaje es un juego de sentimientos, e importa mucho poder dejar a un lado irritaciones y conflictos.

Cada película es única y representa un nuevo desafío. Claro que uno se encuentra más seguro con un director, un equipo y actores que conoce, pero lo que hace la vida apasionante son precisamente las nuevas caras y las nuevas ideas. En cada película se aprende algo nuevo y yo quiero morir curioso.

Mientras siga sintiendo alegría en mi trabajo continuaré, y el día en que ésta se acabe y llegue la última gran soledad, me lo tomaré con calma. Tengo la luz que me hace compañía. Y luz hay siempre.”

Sven Nykvist, Culto a la luz, Ediciones del imán, Madrid, 1998.


Sven Nykvist, Culto a la luz.
Ediciones del imán, Madrid, 1998.
Selección de textos: León García Jordán.
Fotografía: Gritos y susurros (1971) • Dirección: Ingmar Bergman
• Dirección de Fotografía: Sven Nykvist • Archivo propiedad del Instituto Fílmico Sueco
• Cortesía Swedish Institute • Viskningar och rop Foto Bo-Erik Gyberg Svensk Filmindustri.

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